miércoles, 21 de noviembre de 2012

DOCTRINA ESPIRITUAL CISTERCIENSE. PARTE 4

Síntesis de la doctrina espiritual de San Bernardo de Claraval (Parte 4)



San Bernardo. Juan de las Ruelas(1560-1625). Hospital de San Bernardo. Sevilla

Síntesis de la doctrina espiritual de San Bernardo de Claraval (Parte 4)
 3.4 Si no te conoces, sal fuera
                -La curiosidad
               -La avidez del corazón o cupiditas

3.4 Si no te conoces, sal fuera

Hemos comenzado diciendo que Bernardo entiende el pecado original como un acto de libertad humana, que trae como funesta consecuencia una deformidad: el alma pierde su forma semejante, tanto respecto de Dios como de sí misma. Su ser natural, original, su verdadero yo se des-figura y su simplicidad semejante a la divina queda encubierta por la duplicidad y la apariencia de un ego “feo y deforme”, cuyo un libre albedrío está cautivo del pecado, debido a que la razón ha perdido el discernimiento por el egoísmo que la devora, y la voluntad, debido a lo mismo, ha perdido vigor y complacencia en el bien y la virtud, de modo que se complace mejor en los apetitos de su corazón.
He ahí, en dos palabras el drama del hombre: que ha perdido la conciencia de su verdadera identidad y el gusto de su verdadero bien. Ha caído en el olvido, al salir de Dios y de sí mismo por la curiosidad de la razón y la desviación del amor, del affectus, dicen los cistercienses, del corazón, el cual ya no se compensa en Dios y pretende compensarse locamente con los bienes creados, y así deriva en una cupiditas o avidez insaciable.

La curiosidad

Por la curiosidad, el alma salió y se enajenó de sí misma, al mirarse en las cosas y dejar de mirarse en Dios. Desde esta perspectiva, Bernardo explica el pecado original como un olvido, un desconocimiento de sí, una enajenación en la tierra de la desemejanza. Los Sermones 35-38 sobre el Cantar de los Cantares, que comentan Cántico 1,7: “Si no te conoces, sal fuera” (Vulgata: si te ignoras, egredere), están dedicados a este tema. Cuando el alma sale de sí misma, se enajena y cae en olvido; y cuando entra en sí, recupera memoria e identidad.
Curiosidad es un término clásico en espiritualidad. No se refiere a la curiosidad científica, en el sentido positivo de esta expresión, sino a la causa de la enajenación espiritual. El hombre sale de sí por la curiosidad, cambiando la percepción espiritual que gozaba en Dios por la de los sentidos.
Hay una estrecha relación entre la curiosidad y los sentidos, dado que éstos son las ventanas por donde el hombre sale y se identifica con el mundo sensible, que es la realidad externa, inesencial y superflua. En la segunda parte del tratado Sobre los grados de la humildad y la soberbia, la curiosidad es el primer escalón hacia el fondo de la soberbia, (Grados X, 28). Comentando el pasaje de la serpiente y la fruta del árbol, dice que el pecado y la muerte entraron por las ventanas del alma, que son los sentidos, principalmente la vista y el oído: por ellos el hombre se empezó a descuidarse y exteriorizarse, a volverse sensitivo y desconocerse, a llenarse de orgulloso y querer ser como Dios:
El curioso se entretiene en apacentar estos cabritos, mientras no se preocupa de conocer su estado interior (Ibid.).
Los ojos se fascinan por la belleza sensible, los oídos por la voz de la serpiente que promete una ciencia y excita la pasión. Por eso, la continuación del mismo versículo que Bernardo comenta en el Sermón 35 sobre el Cantar de los Cantares, añade: si te desconoces, sal fuera y apacienta tus cabritos. Aquí los cabritos son también los sentidos corporales, por los cuales el alma busca colmar su avidez insaciable:
Los cabritos, que son los sentidos corporales, no buscan las realidades celestiales, sino… los bienes de este mundo sensible, que es la región de los cuerpos; allí alimentan sus deseos, y en vez de saciarlos los acucian más. (SCant 35, I,2).

La avidez del corazón o cupiditas

¿Cómo el hombre, cegado por su cupidítas, va a tomar conciencia de su enajenación? La experiencia de la vida se lo irá revelando. Su deseo insaciable le fuerza a buscar saciedad en los bienes de este mundo, pero la avidez no se aplacaría ni aun teniendo la posibilidad y el tiempo de poseer el mundo entero.. Es el circuito de los impíos, que sólo engendra cansancio y hastío (AmD VII,18; Var 43,3) ya que sólo Dios puede colmar la sed del corazón: “Dios es amor, y nada podría colmar al hombre creado a imagen de Dios más que el Dios de caridad, que es, únicamente él, más grande que toda criatura” (SCant 18,6).
 Como el deseo del corazón tiende al infinito, al proyectarse a las realidades de este mundo, que son todas ellas finitas e imperfectas, entra en un círculo vicioso del que no es posible salir más que enderezando nuevamente el deseo hacia su objeto propio que es Dios. Bernardo trata de forma brillante este círculo del deseo en su tratado Sobre el amor de Dios. Y lo hace partiendo de lo que podríamos llamar el principio de la tendencia a lo mejor: “por tendencia natural, todos los seres dotados de razón aspiran a lo que les parece mejor, y no están satisfechos si les falta algo que consideran mejor” (AmD VII,18). Y después de poner algunos ejemplos, concluye:
 Es imposible que encuentre felicidad en las realidades imperfectas y vanas quien no la halla en lo más perfecto y absoluto… Poseas lo que poseas, codiciarás lo que no tienes, y siempre estarás inquieto por lo que te falta. El corazón se extravía y vuela inútilmente tras los engañosos halagos del mundo. Se cansa y no se sacia, porque todo lo devora con ansiedad, y le parece nada en comparación con lo que quiere conseguir. Se atormenta sin cesar por lo que no tiene y no disfruta con paz lo que posee. ¿Hay alguien capaz de conseguirlo todo? Lo poco que se puede alcanzar, y a fuerza de trabajo, se posee con temor, se desconoce cuándo se perderá con gran dolor, y es seguro que un día se tendrá que dejar. Ved qué camino tan recto toma la voluntad extraviada para conseguir lo mejor… En estos rodeos, la voluntad juega consigo misma y la maldad se engaña a sí misma. Si quieres alcanzar así tus deseos, si pretendes lograr lo que te sacie plenamente… corres a ciegas y encontrarás la muerte perdido en este laberinto, y totalmente defraudado. En este círculo se mueven los malvados. (AmD VII,18).
 De este modo, el alma se va tras sus deseos y se encorva y pierde su rectitud: “El alma… si apetece lo terreno, ya no es recta, sino curva, aunque no deja de ser grande porque aún mantiene su capacidad de lo eterno” (SCant 80,3). El curioso cae en la avidez de sus apetitos, olvidando se esencia y asemejándose al animal, que no tiene libertad ni inteligencia.
 El hombre ha sido creado como la criatura más digna. Cuando no reconoce su dignidad, se asemeja por su ignorancia a los animales y se degrada… El que no vive como noble criatura dotada de inteligencia, se identifica con los brutos animales. Olvida la grandeza que lleva dentro de sí, para configurarse con las cosas sensibles de fuera y termina por convertirse en una de ellas. Ignorante de su propia gloria que está dentro de ella, el alma se deja desviar por la curiosidad, y conformándose a las cosas sensibles exteriores, se vuelve una de ellas. (AmD II,4).
 Desde esta perspectiva, el comienzo de la conversión consiste en el movimiento inverso: entrar en sí mismo para conocerse, guardar el corazón, alejarse de los sentidos para ascender los grados de la humildad, de la verdad y del amor:
 ¡Curioso!, escucha a Salomón. Escucha, necio, al sabio: Por encima de todo, guarda tu corazón; y todos tus sentidos vigilarán para guardar aquello de donde brota la vida (Grados X, 28).

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