miércoles, 21 de noviembre de 2012

DOCTRINA ESPIRITUAL DE SAN BERNARDO. CAPÍTULO X

Síntesis de la doctrina espiritual de San Bernardo de Claraval (Parte 10)

 
Era bueno exponer los sentimientos que el corazón del hombre experimenta en sus diversos grados en su relación con Dios, con el fin de “reconocer mejor lo que corresponde a la esposa” (SCant 7,2). “Al esclavo se le revela el poder de Dios, al mercenario la felicidad, al hijo la verdad” (Var 3,9). El primero teme, el segundo codicia, el tercero respeta.
 Ahora bien, ninguno de estos tres affectus alcanza la categoría propia del amor  puro. La belleza de este afectus aparece tanto más clara cuanto que surge de modo distinto que los otros tres, y corresponde, como hemos apuntado al cuarto grado del amor, más allá del corazón sensible y la mente racional, que corresponde al éxtasis del amor, la caridad extática. Es aquí donde entra en juego la imagen de la esposa, porque es aquí donde se sitúa el matrimonio espiritual: La esposa ama y no sabe nada más, no actúa por ningún otro motivo que el amor.
 ¿Quién es la esposa? el alma sedienta de Dios … Esta afección del amor es superior a todos los bienes de la naturaleza, especialmente si retorna a su principio: Dios … No hay palabras más dulces para expresar la ternura mutua del afecto entre el Verbo y el alma que estas dos: esposo y esposa. Porque lo poseen todo en común: no tienen nada propio ni exclusivo. Ambos gozan de una misma hacienda, de una misma mesa, de un mismo hogar, de un mismo lecho y hasta de un mismo cuerpo. Por eso abandona el esposo padre y madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne. A la esposa se le pide que olvide su pueblo y la casa paterna para que el esposo se apasione por su hermosura. Si amar es propiedad característica y primordial de los esposos, no sin razón se le puede llamar esposa al alma que ama. Y ama quien pide un beso. No pide libertad (como el esclavo) ni recompensa (como el mercenario), ni herencia, ni doctrina (como el discípulo), sino un beso; lo mismo que una esposa castísima que exhala amor y es totalmente incapaz de disimular el fuego que la consume. Piensa ahora por qué rompe a expresarse así. No recurre como otros, al fingimiento de las caricias, para pedir cosas grandes a los grandes. No pretende ganárselos con rodeos para conseguir lo que desea. Sin preámbulo alguno, sin buscar su benevolencia, sino porque estalla su corazón, dice abiertamente y sin rubor alguno: que me bese con el beso de su boca. (SCant 7,2).
 Este texto muestra en forma gráfica toda la sencillez y espontaneidad del amor en su absoluta simplicidad, antes de recubrirse de intereses y e intenciones sobreañadidas. Es el amor del que se ha suprimido todo lo superfluo: lo viciado, lo servil, lo mercenario, lo que es ajeno a su naturaleza:
 Me resulta sospechoso un amor que espera recibir algo distinto de sí mismo… Es impuro el amor que desea otra cosa… no recibe su fuerza de la esperanza, pero tampoco se resiente por la desconfianza… La esposa desborda de él y con eso está satisfecho el esposo… (este amor) es propio de los esposos y no lo iguala ningún otro, ni el de los hijos … El amor del esposo… y más el Esposo-Amor sólo busca la correspondencia y la fidelidad del amor. Devuélvale por tanto la amada amor por amor. ¿Cómo no va a amar la esposa, y más la Esposa-Amor? ¿Por qué no amar al Amor? (SCant 83,5).
 Dios exige temor como Señor, honor como Padre y amor. ¿Cuál de ellos prevalece? El amor. Sin el amor, el temor conlleva una pena y el honor carece de la gracia. El temor es servil mientras no lo libere el amor. Y el honor que no procede del amor es adulación. A Dios el honor y la gloria; pero Dios no aceptará ni uno ni otra si no les endulza con la miel del amor. Éste se basta a sí mismo, agrada por sí mismo y por su causa. Él es su propio mérito y su premio. El amor excluye cualquier otro motivo y cualquier otro fruto que no sea él mismo. Su fruto es su experiencia. Amo porque te amo; amo para amar (SCant 83,4).
             Tres son sus características:

Ama castamente porque pretende sólo al que ama y a nadie más que a él. Ama santamente, sin concupiscencia carnal y con pureza de espíritu. Ama ardientemente, tan embriagada en su propio amor que ni piensa en su majestad… ¿No estará ebria? Sí, y por completo… El amor perfecto echa fuera el temor (SCant 7,3).
 He ahí, para Bernardo, el amor en toda su belleza, cuando nada extraño o superfluo hay mezclado en él. En este momento la imagen de Dios en el alma está plenamente restaurada. El alma ama a Dios con un amor que tiene la misma cualidad que el amor con que ella es amada por la eterna caridad. Este amor es el que realiza la perfecta conformación de la voluntad y el que asegura la perfecta semejanza con el Verbo-Esposo.
 Esta conformación desposa al alma con el Verbo, pues ya que es semejante a él por naturaleza, procura también ser semejante a él por el amor, amando como es amada. Y si ama perfectamente, se desposa. ¿Hay algo más gozoso que esta conformación? ¿Hay algo más deseable que el amor? Gracias a él, oh alma, prescindes del magisterio humano, y te acercas al Verbo tú misma con toda confianza; te adhieres con insistencia al Verbo; preguntas y consultas familiarmente al Verbo sobre cualquier cosa, y cuanto más se despierta tu inteligencia, más audaces son tus deseos. En realidad, éste es el contrato santo y espiritual. He hablado de contrato, pero me resulta impropio: se trata de un abrazo, de un abrazo estricto (SCant 83,3).

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