HILDEGARD VON BINGEN Y BERNARDO DE CLAIRVAUX:
UNA VOLUNTAD DE SER
Isabel Vilches Contreras
Universidad de Chile
"La Sabiduría, la luz viviente, habla por su boca. Por eso podía dirigirse a papas y emperadores en el tono profético con el que acostumbraba. Porque no es ella quien habla, sino algo que trasciende totalmente a su persona. Es la llama que desde el cerebro le llega a su persona."
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( Victoria Cirlot) 1
Hildegard von Bingen crea a través de la palabra una imagen de sí misma que ha perdurado durante siglos y ha sido interpretada de acuerdo a las distintas perspectivas de sus lectores y estudiosos. La lectura que pretendo compartir es la de una mujer santa que exhorta a uno de los más ilustres representantes de la cristiandad, San Bernardo de Clairvaux, para que la autorice a dar a conocer sus visiones y sus escritos. En la interpretación de esta carta y en la de la respuesta de él, percibo a Hildegard como una voz que evoluciona desde la inseguridad y pequeñez de su figura femenina, como ella lo expresa, hasta la grandeza de la voz autorizada y sabia, que adquiere al saberse un canal divino. En esta interacción epistolar, vislumbro la identificación de Hildegard von Bingen y Bernardo de Clairvaux como complementos de una unidad de voluntad de ser al servicio de la divinidad.
Antecedentes teóricos
Desde tiempos inmemoriales, el hombre y la mujer han sentido la necesidad de interactuar con los otros para conocerlos y conocerse, para validar sus impresiones y, entre muchos otros objetivos, para sentirse parte de una comunidad. Esta interacción se ha dado preferentemente a través del lenguaje, lo que exigió hasta hace algunos siglos la presencia de los hablantes en un mismo espacio y tiempo por no existir entonces la tecnología que hace posible la comunicación a distancia como es el teléfono, por nombrar algún medio. Es en este contexto que se fortalece, desde la antigüedad, la presencia de la carta como medio de comunicación a distancia, ya sea para tratar asuntos personales o comerciales.
El Ars Dictamini 2, arte de componer cartas, forma parte de la retórica, que enseña las estrategias discursivas para lograr lo propuesto por el enunciante, por esto, ya en el siglo XI, Alberico de Monte Casino valoró la carta como instrumento de comunicación y escribió el Breviarium de Dictamine para sistematizar sus características y enseñarlas a los jóvenes. Distinguió cinco partes en ella: la salutatio, el saludo al destinatario; la benevolentiae captatio, importante porque determina la buena voluntad del destinatario respecto a la intención de la carta; la narratio y la petitio en que se expone el asunto que lleva a escribir y la conclusio, que es el final. Las dos primeras partes atrajeron más la atención, por lo que incluso, se escribieron manuales dedicados a dar ejemplos de saludos y buena voluntad para el destinatario. Esta convención discursiva se expandió desde Italia, su cuna, a países como Francia, Inglaterra y Alemania, donde, sin duda, es tomada por Hildegard para comenzar con el proceso de validación de sus visiones ante la sociedad de su tiempo.
Más allá de esta estructura rígida y ajustada a un saber disciplinario, la carta es un punto de confluencia del contexto personal del emisor y del destinatario, del contenido de la carta, de la intención que se tiene al escribir y de las consecuencias de los actos de habla generados en esta interacción epistolar.3 Para Patrizia Violi 4, en la carta se produce un diálogo diferido, es decir, una conversación que se da en ausencia de uno de los interlocutores y que lleva a la reconstrucción imaginaria del otro en un lugar y tiempo distinto, por lo que la epístola es escrita para ser leída en el futuro y acorde a esto, organiza su discurso. Este razonamiento lleva a Violi a afirmar que: "Sin duda, en ningún texto mejor que en la carta se exhibe y se pone en práctica la dialéctica entre la realidad concreta del acto de enunciación, su anclarse a la presencia de un sujeto real, y su transformación en figura de discurso [...]" (Violi op. cit. p. 89) Idea que nos lleva al terreno de la escritura y a la organización de la estructura discursiva epistolar, la que se caracteriza por tener inscrito un frame o marco de enunciación en el que se especifica a los actantes, al tiempo y al espacio.
Los actantes están inscritos en el texto como narrador y narratario, siendo el primero de estos imprescindible para estructurar la carta y el segundo, individualizado absolutamente a diferencia del lector ideal de las novelas, por ejemplo. El tiempo y el espacio hacen referencia a la enunciación y podemos completar estos datos con las informaciones del texto, según sea necesario. Así como el narrador estructura el mundo escrito, el narratario tiene una característica dual: ser ausente y presente. Ausente por no estar físicamente ante el narrador y presente por estar inmortalizado en una figura textual sólo representable en y por medio del lenguaje.
Contexto personal del emisor y del destinatario:
Hildegard von Bingen y Bernardo de Clairvaux nacieron en el seno de familias aristocráticas europeas en la última década del siglo XI y sus vidas giraron, principalmente, en torno a la fe cristiana que profesaron desde temprana edad y al servicio de la Orden Benedictina. Ella ingresó a los siete años a la abadía de Disibodenberg, en Renania, y él, a los veintitrés a la abadía del Císter, en Borgoña. Ambos vivieron en la Alta Edad Media regida por el feudalismo y convulsionada por las agitaciones políticas, las guerras y los cismas religiosos.
Mientras Hildegard desarrollaba diversas actividades en su convento (herbolaria, compositora, ginecóloga y visionaria, entre otras), primero bajo la supervisión de su maestra Jutta Sponheim y luego como priora del convento; Bernardo 5 llevaba a treinta jóvenes aristocráticos al desierto del Císter para servir a Dios. Fue Abad y algún tiempo después, partió con otros monjes a fundar una nueva abadía llamada el valle de la luz (Clairvaux) y que anteriormente era una zona conocida como el valle de la amargura por refugiarse en esos pantanos los malhechores y sus tétricas leyendas. Aún así, la prosperidad llegó con ellos y cambiaron el lugar en un foco de oración, estudio y trabajo. Su religiosidad, prudencia y humildad lo convirtieron en la conciencia de Europa por haber sido el consejero de reyes, emperadores y papas, haber promovido la Segunda Cruzada en la cristiandad y haber participado en la persecución y condena de Abelardo, Guillermo de Conches y Gilberto de Poitiers por su pensamiento religioso.6
Más allá de la diferencia genérica y de las actividades de cada uno, Hildegard y Bernardo tuvieron en común algo más que la fe cristiana: experiencias vitales que templaron su espíritu. Una de estas, fue la enfermedad que los acompañó durante toda su vida e hizo que nunca olvidaran la fragilidad de la materia, la trascendencia del espíritu y el infinito amor divino. En Hildegard, la enfermedad era una consecuencia por su negativa a hacer o decir lo que se le indicaba en las visiones y en Bernardo, fue producto de su empeño en ser un ejemplo en el cumplimiento del deber (Vicuña op cit. p. 68), lo que perjudicó su débil organismo.
En el ámbito del conocimiento, ambos lo adquirieron de la divinidad. Hildegard de la luz que se presentaba en sus visiones: "Sucedió en el año 1141 después de la encarnación de Jesucristo. A la edad de cuarenta y dos años y siete meses, vino del cielo abierto una luz ígnea que se derramó como una llama en todo mi cerebro, en todo mi corazón y en todo mi pecho. No ardía, sólo era caliente, del mismo que calienta el sol todo aquello sobre lo que pone sus rayos. Y de pronto comprendí el sentido de los libros, de los salterios, de los evangelios y de otros volúmenes católicos, tanto del antiguo como del nuevo testamento, aun sin conocer la explicación de cada una de las palabras del texto, ni la división de las sílabas, ni los casos, ni los tiempos."7 Bernardo, de la naturaleza al considerarla un libro divino. Su enfermedad estomacal, la fatiga, el insomnio y la prohibición de cumplir con el voto de trabajo dictado por los superiores de su orden le dejan tiempo para recorrer y contemplar la naturaleza: "Él confiesa [...] que en medio de los campos y los bosques, adquirió por la oración y contemplación, la inteligencia de los libros divinos, y acostumbra a repetir jovialmente entre sus amigos que sus únicos maestros en Sagrada Escritura han sido los robles y encinas del bosque."8
En el ámbito afectivo, ambos albergaron un gran cariño por sus discípulos: Hildegard por Richardis y Bernardo por Roberto, sufriendo en algún momento su abandono. En estas circunstancias, escribieron cartas para convencerlos de regresar y también se las enviaron a sus superiores eclesiásticos. A pesar de la diferencia temporal que hay entre ambos episodios, 1152 y 1119, respectivamente, las similitudes se dan en el modo de reaccionar 9 de los dos santos: expresan su amor y preocupación por sus seres queridos, los amenazan para que regresen y escriben a todos los que pudieran interferir en el nombramiento de Richardis como abadesa y en el cambio de abadía de Roberto desde el Císter a Cluny, mostrando el aspecto humano de cada uno de ellos. Numerosas son las razones que justificarían semejante actitud, pero no es el tema a desarrollar. Para ejemplificar, transcribo una carta a Roberto y otra a Richardis.
A Roberto 10 , sobrino de Bernardo
"Roberto, mi hijo querido, ya he esperado demasiado tiempo que se dignase Dios visitar vuestra alma y la mía, dándonos a vos el arrepentimiento que asegurase vuestra salvación, y a mí, la alegría de veros en el buen camino. Pero viendo que esta esperanza se desvanece, no puedo por más tiempo ocultar mi pesar, desechar mis inquietudes y disimular mi pena. He aquí por qué, dejando a un lado toda consideración de conveniencia, tomo la iniciativa para dirigirme a quien me ha herido.
Corro en pos de quien me desprecia; ofrezco explicaciones a quien me ha ofendido y ruego a quien debía rogarme. Es que el dolor no delibera cuando es excesivo, pierde toda medida y no sabe consultar la razón o tomar en cuenta la dignidad.
Yo quiero olvidar el pasado y no buscar ni los motivos ni las circunstancias de lo que ha sucedido, porque no tengo intención de discutir, de estudiar las causas o evocar penosos recuerdos: no quiero hablar sino de lo que interesa a mi corazón. Soy desgraciado por no veros más, por vivir sin vos, porque vivir así es una verdadera muerte para mí; y mi vida sería morir por vos. No quiero, pues, averiguar por qué os habéis marchado, pero gimo porque no habéis vuelto; no me preocupan las causas de vuestra partida, sino la demora de vuestro regreso. Volved solamente, y habrá terminado todo; volved, y todo será felicidad; sí, acercaos a mí, en los transportes de mi alegría, yo gritaré ‘Estaba muerto y resucitó, perdido y fue encontrado’."
(Carta a Roberto N°1, transcrita por Alejandro Vicuña, op. cit. p. 91- 93).
A Richardis, abadesa de Bassum, de Hildegard, abadesa de Rupertsberg 11
"Hija mía, escuchadme, os lo ruego. Oíd el lamento de vuestra madre espiritual: ¡la pena me consume! ¿Por qué habéis destruido la gran confianza y consuelo que en vos deposité?
Caí víctima de la debilidad por amor a vos, creyéndoos una persona noble. Puesto que he pecado, Dios me ha hecho ver por medio de la angustia y el dolor que sufro por vuestra culpa. ¿Cómo es posible que lo ignoréis? Ahora aconsejo a los demás que depositen su esperanza en Dios únicamente, no en una persona que de un momento a otro cede como un pétalo que cae de una flor.
Una vez más os suplico que me respondáis. ¿Por qué me habéis abandonado como una huérfana? ¡Yo amaba la nobleza de vuestra presencia, vuestra sabiduría, vuestra castidad, vuestra vida toda, vuestra alma! Os amaba tanto que las demás se envalentonaron hasta preguntar: ¿Qué desvarío se ha adueñado de vos?
Que todos los que han padecido un sufrimiento comparable lloren el gran amor que albergaba en mi corazón y cuiden de vos, que me fuisteis arrancada tan de improviso de mi lado.
Ruego que el ángel de Dios os guíe, el Hijo de Dios os proteja y su madre os guarde. ¡Acordaos de vuestra pobre madre, Hildegard, y no me dejéis en esta soledad!
Las experiencias vitales que han compartido en distintos estadios de su vida, han hecho que tengan un carácter y una determinación similar ante la vida, la que ven desde la perspectiva de la fe. Por esto, creo que Hildegard sorprendió a San Bernardo con su entereza y determinación, ya que este, de algún modo, se reconoció a sí mismo en la audaz personalidad de esta mujer. Dos seres unidos por el servicio a la divinidad, sin detenerse ante los obstáculos terrenos.
Las cartas: intenciones y contenido
Hildegard escribe a Bernardo para que la autorice a revelar públicamente sus visiones y, de este modo, dar un paso decisivo en el proceso de validación de estas ante el mundo eclesiástico, el que había comenzado en los años anteriores. Peter Dronke nos dice al respecto: "durante la década de 1137-1147, fue ganando aceptación en el poderoso mundo masculino que la rodeaba, primero en el círculo del arzobispo de Maguncia, y luego en el mismísimo papa" (Dronke op cit. p. 216). Hildegard había conseguido, como primer paso, que se le asignara al preboste Volmar como secretario y como testigo de fe de sus visiones y ahora buscaba el respaldo de Bernardo, en su calidad de pastor espiritual y moral de la cristiandad y primer eslabón para lograr la aprobación del máximo jefe de la iglesia, el Papa Eugenio III.
De Hildegard al abad Bernardo de Claraval
"Oh venerable padre Bernardo que te encuentras milagrosamente en grandes honores por la fuerza de Dios, debes de ser el temor de la ilícita necedad de este mundo. A ti, que lleno de excelso afán has cogido a los hombres en ardiente amor al Hijo de Dios con el estandarte de la santa cruz para combatir como milicia cristiana la violencia de los paganos, te ruego por Dios vivo que me oigas a mí, que te interrogo.
Padre, estoy angustiada por una visión que se me aparece en el espíritu santo como misterio, pues nunca la vi con los ojos exteriores de mi carne. Yo, miserable de mí y aún más miserable en nombre femenino, vi desde mi infancia grandes maravillas que mi lengua no podría relatar si el Espíritu de Dios no me hubiera enseñado a creer.
Dulce padre lleno de certeza, respóndeme con tu bondad, a mí, indigna sierva tuya, que nunca desde la infancia he vivido segura ni una hora. Con tu piedad y sabiduría escruta en tu alma tal y como has sido enseñado por el Espíritu Santo, y ofrece el consuelo de tu corazón a tu sierva.
Conozco el sentido interior de la exposición del Salterio, del Evangelio y de otros volúmenes, que me ha sido mostrado en esta visión. Como una llama ardiente conmovió mi pecho y mi alma enseñándome lo profundo de la exposición. Pero no me enseñó las letras que desconozco en lengua alemana. Sólo sé leer en simplicidad y no descomponer el texto. Respóndeme qué te parece esto. Soy un ser indocto que no ha recibido enseñanza alguna de temas exteriores. He sido instruida en el interior de mi alma. Por eso hablo entre dudas. Pero me sentí consolada al oír de tu sabiduría y de tu piedad. No me he atrevido a decir esto a nadie, pues, según oigo decir, hay muchos cismas entre los hombres; tan sólo a un monje al que probé y que me examinó en el trato monacal. A él le mostré todos mis secretos y me consoló con la certeza de que eran sublimes y dignos de ser temidos.
Por amor de Dios, quiero que me consoléis, padre, y estaré segura. Te vi hace más de dos años en aquella visión como un hombre que miraba al sol con audacia y no tenía miedo. Y lloré, pues mucho enrojezco y soy cobarde. Dulce y buen padre, me he puesto en tu alma, para que me reveles por tu palabra si quieres que diga esto públicamente o que guarde silencio, pues gran trabajo tengo con esta visión y no sé hasta qué punto puedo decir lo que vi y oí [...]" (Carta de Hildegard a Bernardo, Cirlot, op. cit pp. 123-124)
Esta es "la primera carta conservada de Hildegard fechada entre los años 1146-1147" (Notas a las cartas, Cirlot op cit. p. 181) y cumple con las disposiciones del Ars Dictamine. Al decir Hildegard: "Oh venerable padre Bernardo, que te encuentras milagrosamente en grandes honores por la fuerza de Dios, debes de ser el temor de la ilícita necedad de este mundo. A ti, que lleno de excelso afán has cogido a los hombres en ardiente amor al Hijo de Dios con el estandarte de la santa cruz para combatir como milicia cristiana la violencia de los paganos, te ruego por Dios vivo que me oigas a mí, que te interrogo" (Carta a San Bernardo, traducción de V. Cirlot op cit. p. 123), en el comienzo de este discurso, exalta la figura del narratario como corresponde al saludo y la captación de la benevolencia, en la que se apela a Bernardo, quien es digno de veneración y defensor de la fe cristiana; contraponiéndolo a la figura de la narradora a la que se alude en los pronombres y verbos: me oigas a mí, te interrogo. En estas breves líneas encontramos la polarización del narratario y la narradora que se configura en el transcurso del discurso y que tiene un cambio brusco en la petición y la conclusión.
En la narración, Hildegard expone su angustia por las visiones que han comenzado hace cinco años atrás y busca el consuelo de Bernardo, entendiendo consuelo como someterse a la sabiduría y piedad de este que debe ser infinita, ya que lo considera un ser iluminado por el Espíritu Santo. En este desarrollo Hildegard-narradora crea imágenes de Bernardo-narratario y de ella misma: él es el padre que defiende y consuela dulcemente a sus hijos, es el soldado de Cristo que vela por la permanencia de la fe y por la defensa de los lugares sacros y Hildegard es la hija frágil, indefensa y temerosa ante las visiones de Dios: "Yo miserable de mí y aún más miserable en nombre femenino" / "indigna sierva tuya, que nunca desde la infancia he vivido segura una hora" (Carta a San Bernardo, traducción de V. Cirlot op. cit. p. 123-124).
La disminución de su persona puede obedecer a varias razones, una de ellas proviene de la tradición patrística en que los Padres se escribían con mujeres y que Eloísa también utilizó en sus cartas a Abelardo: "vuestra prudencia lo sabe mejor que mi simpleza" (vestra melius prudencia quam mea simplicitas novit) y "tu excelencia lo sabe mejor que mi pequeñez" (tua melius excellentia quam nostra parvitas novit) (Dronke op cit. p. 189). Otra explicación que no excluye la retórica, es la que Dronke manifestó y a la cual adhiero: "sus abundantes manifestaciones de fragilidad e indefensión- paupercula feminae forma- [...] es el reconocimiento sincero, y angustiado a veces, de que sin su don o gracia especial no sería nada." (Dronke op cit. p. 278) También contrapone la seguridad de Bernardo con el miedo que le ha acompañado toda la vida y que puede atribuirse al haber desarrollado, hasta ese momento, prácticamente toda su vida en una ermita junto a su maestra y al saberse fuera del círculo dominante de la iglesia.
En la petición, el recurso de la oposición de ideas e imágenes es retomado para contraponer la representación de Bernardo como "un hombre que miraba al sol con audacia y no tenía miedo" (Carta a San Bernardo, Cirlot op. cit. p. 124) con la de Hildegard como una mujer sin atributos especiales. Ella dice: "Con dolor me lamento ante ti, pues soy talado del árbol caído del lagar en mi naturaleza, nacida de la raíz que por sugestión del diablo salió en Adán, por lo que él mismo fue expulsado al mundo peregrino"(Carta a San Bernardo, Cirlot op. cit. p. 124), haciendo alusión al origen pecaminoso de las mujeres al ser descendientes directas de Eva y su imprudencia. Por esto, en la Edad Media se consideró que debían ser protegidas de sí mismas y de los demás porque eran físicamente débiles y frágiles moralmente 12 , aunque hay que señalar que Hildegard por ser virgen podía vencer la maldición de Eva 13 y emular a María, la madre de Jesús. Este regreso al origen de su género, reafirma que ella sería igual a cualquier mujer si no tuviera el don divino que la ha acompañado toda la vida, reconociendo nuevamente su pequeñez e indefensión.
Más adelante, se refiere a este hombre audaz con las siguientes palabras: "Eres un águila mirando al sol" (Carta a San Bernardo, Cirlot op. cit. p. 124). Las características registradas de las águilas en el bestiario medieval de Hugo de St. Victor, señala que: "Cuando el águila tiene ya muchos años de vida, busca una fuente de agua clara y vuela hacia el sol- que pudo mirar directamente durante tantos años- hasta que se quema, luego desciende hasta la fuente, se hunde en ella y se baña en ella por tres veces, hasta que se siente completamente rejuvenecida y curada de las debilidades de su ancianidad" . 14 Es decir, Bernardo es un elegido, está iluminado por el Espíritu Santo y en un proceso de superación de su materialidad, tendiendo siempre a un estado espiritual superior en el que podría llegar a la percepción directa de la luz intelectiva 15 , siendo a este consuelo de sabiduría y piedad al que apela Hildegard para que la autorice a dar a conocer sus visiones. Además esta denominación corresponde al modo en que uno de los ángeles que luchaba contra un dragón en la Visión IV de Hildegard la llamó a ella: "Eh, águila, ¿por qué te duermes en tu conocimiento? ¡Levántate de las dudas! Conocerás. ¡Oh, resplandeciente gema, todas las águilas te verán, pero el mundo está de luto, aunque la vida eterna se regocijará!" (Visiones, traducción de V. Cirlot op. cit. p. 65). Esto sucede en el contexto de una enfermedad prolongada que la tuvo en un estado febril entre la vida y la muerte, en la que los ángeles la exhortan a confiar en sus visiones y le demuestran su admiración.
Finalmente, en la conclusión la petición que hace Hildegard en nombre del maravilloso verbo, del suave líquido de la contrición, del Espíritu de Verdad y del santo sonido por el que suena toda criatura y por el mismo Verbo del que salió el mundo (Carta a San Bernardo, Cirlot op. cit. p.124), entre otros, deja de ser la voz de la mujer y emerge la voz de la profetisa que exhorta a Bernardo a buscar la verdad por la hendedura de su alma para que decida en el conocimiento de los designios de la divinidad: "Y ese sonido, la fuerza del Padre, caiga en tu corazón y levante tu alma, para que no te quedes paralizado y ocioso ante las palabras de este ser [...] Adiós y que seas resistente en la contienda en Dios. Amén." (Carta a San Bernardo, Cirlot op. cit. p.125).
Ante esta voz que emana de la divinidad, Bernardo responde escuetamente:
De Bernardo, abad de Claraval, a Hildegard 16
"A la amada en Cristo, la hija Hildegard, el hermano Bernardo, llamado abad de Clairvaux, si algo puede la oración de un pecador.
Aunque pareces sentir nuestra exigüidad de un modo muy diferente al que nos dice nuestra propia conciencia, consideramos que eso sólo lo debemos imputar a tu humildad. De ningún modo he pasado por alto responder a tu carta de caridad, aunque la cantidad de obligaciones me fuerza a hacerlo con mayor brevedad de la que quisiera.
Nos alegramos por la gracia de Dios que hay en ti. En lo que a nosotros respecta te exhortamos y conjuramos a que te afanes en responder a la gracia que tienes con toda humildad y devoción, sabiendo que Dios resiste a los soberbios y otorga su gracia a los humildes. Por lo demás, ¿qué podemos aconsejar o enseñar donde hay un conocimiento interior y una unción que todo lo enseña? Más bien te rogamos y pedimos humildemente que nos tengas junto a Dios en la memoria y también a aquellos que están unidos a nosotros en la comunidad espiritual en Dios."
(Carta de Bernardo a Hildegard, traducción de V. Cirlot, op. cit. op. 125)
Él no se opone a la voluntad de Dios, aunque advierte acerca de la soberbia: "Nos alegramos por la gracia de Dios que hay en ti. En lo que a nosotros respecta te exhortamos y conjuramos a que te afanes en responder a la gracia que tienes con toda humildad y devoción, sabiendo que Dios resiste a los soberbios y otorga su gracia a los humildes" (Carta de Bernardo a Hildegard, Cirlot op. cit. p.125). Estos elementos han llevado a pensar que Bernardo no prestó mayor importancia a Hildegard aunque, aparentemente, influyó para que el Papa Eugenio III la reconociera como profetisa de la Iglesia. Respecto a este aspecto, Alejandro Vicuña cree que: "La virilidad y entereza de esa mujer admirable [la Virgen Hildegard ] no pudo menos de apasionar a Bernardo, quien tomó como propia la causa de la profetisa y reformadora, obteniendo del Concilio plena aprobación de sus doctrinas y actividades" (Vicuña, op. cit. p. 268). Creo que lo exiguo de la respuesta de Bernardo se debió a la cantidad de deberes que cumplía como Abad y como conciencia de Europa al aconsejar a altos dignatarios de Estado y eclesiásticos y por, sobre todo, una cautela natural ante el reconocimiento de una visionaria
Por último, planteo que la imagen más adecuada para representar a Hildegard y Bernardo como dos seres de distintos género, pero de igual espíritu debido a sus experiencias personales y su amor a la divinidad es la del águila, ya que esta es mediadora entre lo terrestre y lo celeste, y tiene la posibilidad de trascender espiritualmente, por lo que los representa en cuanto ellos son complementos de la voluntad de ser (plenamente) al servicio de Dios.
Notas
1 Cirlot, Victoria "Prólogo" de la edición crítica de Vida y visiones de Hildegard von Bingen. Madrid, Siruela, 1992, p. 18.volver
2 Murphy, James La retórica en la Edad Media: historia de la retórica desde San Agustín hasta el Renacimiento. México, Fondo de Cultura Económica, 1986.volver
3 Para la pragmática estaríamos refiriéndonos, básicamente, a los actos locutivos, ilocutivos y perlocutivos. volver
4 Violi, Patrizia "La intimidad de la ausencia: formas de la estructura epistolar" en Revista de Occidente, N° 68, 1987, p. 87.volver
5 Las referencias a la biografía de Bernardo están tomadas del libro de Alejandro Vicuña San Bernardo. Santiago, Editorial Nascimento, 1937.volver
6 Dronke, Peter Las escritoras de la Edad Media, Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1995.volver
7 Bingen, Hildegard "Parte I" Scivias, París, Les Éditions du Cerf, 1996. Citado por Victoria Cirlot op. cit. p. 198.volver
8 Saint Thierry Sancti Bernardi Vita et res gestae, pág. 1087. Citado por Alejandro Vicuña, op. cit., p. 57-58.volver
9 Para estudiar este aspecto, Vicuña transcribe al menos tres cartas de Bernardo y otras tantas podemos encontrar de Hildegard.volver
10 Roberto era hijo de Diana, hermana de la madre de Bernardo.volver
11 Ohanneson, Joan Una luz tan intensa: la insólita vida de la mística alemana del siglo XII. Barcelona, Edicionesvolver
12 Grupo Zeta, 1998, p. 215-216.volver
13 Duby, Georges Historia de las mujeres: La Edad Media. Huellas, imágenes y palabras, España, Taurus, 1992, p. 17.volver
14 Duby, Georges Historia de las mujeres: La Edad Media. La mujer en la familia y en la sociedad, España, Taurus, 1992, p. 44.volver
15 Reinsch, Robert Bestiaeri divin, Leipzig, 1892, reprint Ams Press Inc., New York, 1973 citado en Góngora, 16 María Eugenia "La Vita Santae Hildegardis Virginis construcción de una vida ejemplar" en Signos, Valparaíso, Volumen XXXIII, II semestre 2000, N° 48, p. 32.volver
16 Chevalier, Jean Diccionario de símbolos, -------Barcelona, Editorial Herder, 1988, p. 60.volver
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